¡Ya
están aquí! Nuevas ilustraciones en las que he estado trabajando estas semanas.
Se trata de un poyecto de narrativa ilustrada para público joven y adulto. El
libro es "El cumpleaños de la
Infanta", de Oscar Wilde.
Pongo
partes del texto del libro, de los cuales me he basado para las ilustraciones.
Espero
que os guste. ¡Feliz fin de semana!
-
" Desde una
ventana del palacio los contemplaba el melancólico rey. Detrás de él se hallaba
en pie su hermano, don Pedro de Aragón, a quien odiaba; su confesor, el gran
inquisidor de Granada, se hallaba sentado junto a él. Más triste que de
costumbre estaba el rey, porque al ver a la infanta saludando con infantil
gravedad a los cortesanos reunidos, o riéndose tras el abanico de la ceñuda
duquesa de Alburquerque, que la acompañaba siempre, pensaba en la joven reina,
su madre, que poco tiempo antes -así le parecía aún-había llegado del alegre
país de Francia, y se había marchitado entre el sombrío esplendor de la corte
española, muriendo seis meses después del nacimiento de su hija, antes de haber
visto florecer dos veces los almendros en el huerto, o de haber arrancado por
segunda vez los frutos de la vieja higuera nudosa que había en el centro del
patio, cubierto ahora de hierba."
"Cuando murió
la reina, el rey quedó como privado de razón durante algún tiempo. No cabe duda
de que hubiera abdicado formalmente y se hubiera retirado al gran monasterio
trapense de Granada, del cual era ya prior titular, si no hubiera temido dejar
a la infantita entregada a la merced de su hermano, cuya crueldad aun en España
era notoria, y de quien muchos sospechaban que había causado la muerte de la
reina con un par de guantes envenenados que le regalara en su castillo de
Aragón al visitarlo ella. Aun después de expirar los tres años de luto que
había ordenado por edicto real para todos sus dominios, nunca permitió a sus
ministros que le hablaran de nuevos matrimonios, y cuando el emperador le hizo
ofrecer la mano de su sobrina, la encantadora archiduquesa de Bohemia, rogó a
los embajadores dijeran a su señor que él, rey de España, estaba desposado con la Tristeza, y que aunque
ella fuese una esposa estéril, la amaba más que a la Belleza."
-
"
La infanta lo fascinó. No podía quitarle los ojos de encima, y parecía bailar
para ella sola. Cuando, al terminar la fiesta, recordando ella haber visto que
las grandes damas de la corte arrojaban ramilletes a Caffarelli, el famoso
sopranista italiano de la
Capilla Sixtina, a quien el Papa había enviado a Madrid para
ver si lograba curar con la dulzura de su voz la melancolía del rey, se quitó
del cabello la linda rosa blanca, y, en parte por burla y en parte por
mortificar a la camarera, se la arrojó a través del redondel con la más dulce
de las sonrisas; el Enano tomó en serio la cosa, y apretando la flor contra sus
toscos labios, se puso la mano en el corazón y se arrodilló ante la infanta,
enseñando los dientes de oreja a oreja y brillantes de placer los ojos.
"
-
Cuando
la verdad surgió en su cabeza, dio un grito loco de desesperación y cayó
sollozante al suelo. Era él, pues, el deforme jorobado, horrible y grotesco. Él
era el monstruo y de él se reían todos los niños, y la princesita que él creía
que lo amaba.... no había hecho sino reírse de su fealdad y burlarse de sus
miembros torcidos. ¿Por qué no lo habían dejado en el bosque, donde no había
espejo para decirle cuán feo era? ¿Por qué no lo había matado su padre antes
que venderlo para su vergüenza? Cálidas lágrimas rodaban a borbotones por sus
mejillas. Hizo pedazos la rosa blanca y el monstruo hizo igual cosa y esparció
los pétalos por el aire. Se revolcó por el suelo y cuando el Enanito lo miraba,
correspondía a su mirada con cara de dolor. Se alejó del espejo para no verlo y
se cubrió los ojos con la mano. Se arrastró, como animal herido, hacia la
sombra y allí se quedó gimiendo.
En
aquel momento la infanta entró con sus compañeras por la puerta abierta y
cuando vieron al feo Enanito yacer en el suelo y golpear el piso con el puño
cerrado, de manera extravagante y fantástica, estallaron en carcajadas alegres
y se pusieron a observarlo.
-Su
baile era divertido -dijo la infanta-; pero sus acciones son más divertidas
todavía. En verdad, es casi tan bueno como los títeres; pero claro está, sus
gestos no son tan naturales.
Y
agitó su gran abanico y aplaudió.
Pero
el Enanito no la miró y sus sollozos fueron cada vez más apagados; de pronto
dio un suspiro extraño y se llevó la mano al costado. Luego se dejó caer y se
quedó inmóvil.
-Admirable -dijo la infanta después de una pausa-; pero ahora quiero que bailes para mí.
-Sí -exclamaron todos los niños-, levántate y baila, porque eres tan inteligente como los monos de Berbería y haces reír mucho más.
Pero el Enanito no respondió.
Y la infanta golpeó el suelo con el pie y llamó a su tío, que paseaba por la terraza con el chambelán, leyendo despachos recién llegados de Méjico, donde acababa de establecerse el Santo Oficio.
-Mi Enanito tiene murria -le dijo-, reanímalo y dile que baile para mí.
Se sonrieron y entraron los tres al salón, y don Pedro se inclinó y tocó al Enanito en la mejilla con su guante bordado.
-Tienes que bailar -le dijo-, petit monstre. Tienes que bailar. La infanta de España y de las Indias quiere divertirse.
Pero el Enanito no se movió.
-Hay que llamar a un azotador -dijo don Pedro con fastidio, y se volvió a la terraza.
Pero el chambelán tomó aspecto grave y se arrodilló junto al Enanito y le tocó el corazón. Después de breves momentos se encogió de hombros, se levantó, y, haciendo reverencia a la infanta, le dijo:
-Mi bella princesa, vuestro divertido Enanito no volverá a bailar más. Es una lástima, porque es tan feo, que pudo haber hecho sonreír al rey.
-Pero ¿por qué no ha de bailar más? -preguntó la infanta riendo.
-Porque se le ha roto el corazón -respondió el chambelán.
Y la infanta frunció el ceño, y sus finos labios de rosa se plegaron con desdén.
-En adelante, procura que los que vengan a jugar conmigo, no tengan corazón -exclamó.
Y salió corriendo hacia el jardín.